El soul está vivo en Madrid y lo comprobamos en el festival Black is back weekend el pasado 25 y 26 de junio.
Que lo de Charles Bradley fue un espectáculo sublime, un delirio. La fascinación que suscita el apodado The Screaming Eagle of Soul no se corresponde únicamente con la calidad vocal que pone de manifiesto en directo y en los tres álbumes que ha sacado bajo el auspicio de Daptone Records. La fascinación va mucho más allá cuando las actuaciones rozan el misticismo y tienes la sensación de estar viendo algo más que un concierto. Pero ya sé, ya sé, no nos adelantemos a los acontecimientos, por ese mismo escenario habían pasado con anterioridad nueve grupos más durante un fin de semana que encumbró a Madrid como la capital del soul.
Para esta quinta edición el festival Black is back se mudó hasta el patio central del centro Cultural Conde Duque, un espacio idóneo para este tipo de encuentros en los que los géneros musicales están precisados y las audiencias responden a patrones de gustos muy específicos. Sí, Black is back es un festival, pero su público no acude para disfrutar de la playa, de la acampada ni de otro tipo de factores extramusicales que podemos encontrar en cualquiera de los cientos de festivales que afloran cada día por el país. Su público acude para ver las virguerías de James Taylor con el hammond o para bailar con los riffs guitarreros de James Hunter. Acuden única y exclusivamente por la música, por el soul y el funky, porque es necesario saciar la demanda de todos aquellos amantes de la música negra que encuentran limitada la oferta madrileña, relegada prácticamente a un pequeño número de salas que tropiezan con muchas dificultades cuando se proponen traer a grupos como los que pudimos ver el pasado fin de semana.
Como estaba previsto, el sábado a las ocho comenzaban los conciertos con Blue Perro, una apuesta española que estuvo a la altura de las circunstancias con temas de rythm and blues y aproximaciones al rocksteady. El cuarteto dio una lección de gusto y sensibilidad por el género, preparando al público desde un principio con canciones como “everybody loves you”, con la que nos hizo recordar algunos temas de The Tartans e incluso al “Ain’t got no -I got life” de la maravillosa Nina Simone. The Groovin’ Flamingos fueron los segundos en pasar por el escenario de Conde Duque con una propuesta más que atractiva: saxo barítono, tenor, trompeta, hammond, batería, percusión, teclado, guitarra, bajo, voz y coros. Un conjunto de escándalo que llenó el recinto de ritmos latinos y afroestadounidenses con los que sacamos todo nuestro repertorio de pasos de baile, aunque está claro que las coristas nos ganaron, y con mucho, esa batalla. Después de recuperar fuerzas aparecieron The Raspberry beret band, nombre extraído de la canción homónima del álbum de Prince «Around the World in a Day» publicado en 1985. La banda nos emocionó rememorando al maestro «Purple yoda» con algunos de sus temas, interpretándolos con todo el respeto que se merecen y poniendo el punto nostálgico a la velada.
Los británicos James Taylor Quartet eran uno de los platos fuertes del cartel (aunque hay que advertir la calidad de todos los grupos que lo componían). El hammonista es todo un maestro con una trayectoria de décadas que se hace patente sobre el escenario. Hizo partícipe a un público entregado que quedaba boquiabierto con su técnica en temas como «Blow up» y con improvisaciones dignas de los grandes del jazz. El sábado puso el cierre el grupo Escort, una muy grata sorpresa para todos aquellos que no conocíamos a la banda neoyorquina. Escort fue una brisa de aire fresco con un programa basado en la música disco con mezclas de soul y de funk contemporáneo. Una apuesta muy novedosa que puso fin a la primera jornada de esta edición de la fiesta del soul.
El domingo empezó por todo lo alto de la mano de TT Syndicate y sus temas gamberros de soul y rock’n roll cincuentero, con los que hicieron bailar a todos los valientes que decidieron verlos bajo el sol de las seis y cuarto de la tarde. Sister Cookie y su banda fueron los siguientes en aparecer para recordarnos la maravilla de las voces graves en un deep soul que ponía los pelos de punta mientras todos chasqueábamos los dedos creyendo estar en un club de Harlem de los años treinta, algunos con el puro incluido. Harlem desapareció con el quinteto de chicago de JC BROOKS , contoneándose, aullando más que Ginsberg y llenando de energía a todo Conde Duque con su «post-punk soul».
Y fue entonces cuando se presentó James Hunter Six. He de confesar previamente mi absoluta debilidad por Hunter, ya sea con Howlin ‘Wilf & The Veejays, como James Hunter a secas o con su sexteto, con el que lleva trabajando desde 2013. En el concierto presentó alguno de los temas que componen su nuevo álbum «Hold on!» y otros más antiguos como el clásico «Carina», ofreciéndonos un espectáculo de calidad musical y de carisma sobre las tablas. Todo bien hasta aquí, un gran festival, una buena organización, una cerveza excelente de La Virgen, un buen ambiente y un espacio impecable. Nos hubiéramos ido todos contentos, pero no, aún faltaba Charles Bradley. Y sí, por fin apareció con sus lentejuelas sobre el escenario. Temas de «Changes» como «Nobody but you», «Ain’t It a Sin», «Changes», y otros tantos de «Victim of love» y «No time for dreaming». Parecía que el tiempo se parara, lo de Bradley es algo hipnótico, como tocado por el perfume de Jean-Baptiste Grenouille. No es solo su entrega total en cada actuación, ni solo su voz, Charles Bradley es un artista íntegro en el grado superlativo de la palabra.