Entrevista a Gustavo Redondo con motivo de la publicación de su último trabajo ‘Vacaciones en el campo de batalla’
Texto: Carlos H. Vázquez.
Puede que Gustavo Redondo (Ávila, 1985) sea alguien desconocido, en general. Es músico, eso sí, pero dedicarse al arte no conlleva siempre tener popularidad. En su caso, tomó más contacto con esto de lo artístico cuando formó el grupo Los Pedales con su hermano, hace ya siete años. Siguieron el patrón promocional: reseña del primer largo (“Nuevo mundo”) en medios especializados, saraos, Radio 3, conciertos, entrevistas, festivales… Pero todo, al final, quedó en agua de borrajas. Tras otro disco (“Crónica del viaje de vuelta”), Los Pedales se deshacían cuando el asunto se mostraba más interesante. Varios años a la postre, una vez pasado el silencio en la distancia, Gustavo comienza a trabajar en las maquetas del que sería su primer disco como solista, “Vacaciones en el campo de batalla” (Retrológico, 2016). El abulense no quiso depender de nadie salvo de si mismo, por ello montó un estudio de grabación en casa y arriesgó el tiempo y el dinero como apuesta en una inversión que, a día de hoy, y en lo que a la música se refiere, nunca se termina de amortizar del todo.
Decía Paul McCartney: «Me gusta el trabajo en equipo. Me hace sentir optimista sobre la raza humana cuando los veo cooperar así». Teniendo esto en cuenta, ¿qué sucedió después de Los Pedales? ¿Falló la cooperación con tu hermano Rodolfo?
Las personas estamos diseñadas para quedarnos desubicadas después de haber estado desarrollando durante años la misma rutina. Es como bajarse de una atracción de feria, cuando bajas te mareas. Fueron unos años muy intensos en los que vivimos todo por primera vez, cada paso era un descubrimiento que nos hacía una ilusión tremenda y disponíamos de la energía arrolladora que te aporta este cúmulo de circunstancias. Recuerdo que nos apuntábamos a todo: nos daba igual tocar en una fiesta de Bomberos Sin Fronteras que en un hospital, y no nos importaba ir hasta Cádiz para hacer un solo concierto y volver a casa, como tampoco nos importaba hacer ciento cincuenta kilómetros para hacer una sola entrevista; todo era un planazo.
El problema llega cuando pasan los años, el proyecto no termina de despegar lo suficiente como para que sigan surgiendo pequeños premios que te hagan seguir adelante y empiezas a valorar si todo el esfuerzo merece la pena. Llega un momento en el que colocas en la misma balanza el sacrificio y la satisfacción, y el desgaste se hace patente. Cuando el factor sorpresa desaparece es más difícil continuar.
Evidentemente, dar carpetazo casi de la noche a la mañana a un proyecto que ha sido tu forma de vida durante años y te ha otorgado tantos momentos fantásticos –e incluso pequeños sueños de adolescencia- es difícil, pero en este tipo de situaciones es importante ser racional y saber bajarse del barco. La retirada a tiempo a la larga se agradece y pienso que es lo más acertado.
La cooperación no falló, entonces estábamos tan coordinados que siempre fuimos a una, incluso para hartarnos al mismo tiempo. Hubiese sido más dramático que una de las partes hubiera querido continuar y la otra no, pero afortunadamente no fue así y eso quitó drama al asunto. Eso no significa que fuera fácil, y cuando tienes un agotamiento tan reciente te quieres justificar a ti mismo recurriendo a la peor vertiente para que no te entren ganas de volver.
Por suerte, el tiempo pone las cosas en su sitio y la memoria es selectiva. A día de hoy y después de cuatro años del fin de esta primera etapa, puedo decir que fue increíble formar parte de un proyecto así y vivir tantas historias. Aprendí muchísimo a todos los niveles y en gran parte, cambió un poco el rumbo de mi vida en los años posteriores, así que solo puedo estar agradecido.
La frase de McCartney me parece muy acertada –creo que es una de las personas que más admiro-, pero también es bueno saber que la otra cara de la moneda también existe y no hay que caer en el ilusionismo: si todo falla también puedes llegar a perder el optimismo. Es ley de vida, pero estas circunstancias son las que realmente nos enseñan y disciplinan.
Reparo en la letra de ‘Temporal’ (perteneciente al segundo disco de Los Pedales) y me pregunto si sentiste que aquel proyecto con tu hermano había fracasado y que la música no iba a ser ya un oficio futurible. Pero la pregunta es: ¿hubo desilusión por tu parte e intención de dejar la música o al menos abandonar la idea de dedicarte a ella de manera profesional?
Cuando trabajas de forma tan constante e intensa en la música, como es mi caso, siempre hay días o pequeñas rachas en las que se asoma el fantasma de la desilusión y te hace pensar que vas a poner a la venta tu equipo y mandar todo a la mierda. Es duro pero es así, y con el tiempo aprendes a sobrellevarlo de forma natural. Cualquiera que se dedique a algo parecido me entenderá y sabrá que hay muchos altibajos. La gente no se imagina el trabajo que conlleva desarrollar una carrera musical a un nivel decente. Evidentemente, hay que tener talento y vocación, pero el trabajo constante es imprescindible. No conozco a ningún buen músico que sea un vago.
La desilusión inicial la conseguí disimular gracias a que tuve la suerte de empalmar el fin de Los Pedales con el inicio de Retrológico, que es mi productora en la que trabajo de productor y compositor para publicidad. Mis motivaciones cambiaron y seguí sin bajar el ritmo, pero haciendo música de forma distinta: desde un segundo plano, por encargo y trabajando desde casa.
Empecé a montar el estudio de grabación y a trabajar en proyectos en los que he aprendido muchísimo y en los que sigo trabajando cuando me llaman. He hecho de todo: desde componer música para proyectos bastante importantes para primeras marcas hasta mezclar y producir algún que otro disco, pasando por alguna colaboración puntual con productoras de Nueva York o Budapest, así que no he parado en ningún momento. Esto me sirvió como refugio para desaparecer del mapa y abandonar temporalmente la industria independiente hasta que conseguí recobrar fuerzas de nuevo para volver con un proyecto personal de cara al público y, sobre todo, unificar mis trabajos con mi carrera en solitario en el mismo proyecto personal.
¿Cuánto tiempo pasó en realidad desde la disolución de Los Pedales hasta la publicación de tu disco en solitario (“Vacaciones en el campo de batalla”)? Intuyo que ya tenías ideas por entonces, pero la cuestión es si pasó mucho tiempo hasta que vieron la luz canciones como ‘Kilómetro cero’, ‘Domador’, ‘1985’ o ‘Desierto’.
Cuando dimos carpetazo a Los Pedales, no tenía ninguna idea; me quedé en blanco porque a nivel creativo lo dimos todo en “Crónica del viaje de vuelta” -el segundo disco que grabamos con Paco Loco-, un disco que a mí me sigue pareciendo un gran trabajo que en su día fue infravalorado –esto es una opinión personal-. Pienso que es un disco con muy buenas canciones y con una producción magistral por parte de Paco; yo aprendí latín durante esos quince días.
Hasta que llegó “Vacaciones en el campo de batalla” pasaron unos tres años y medio, y las canciones empezaron a salir después de una crisis creativa bastante importante. Creo que eso ha sido lo peor: ser incapaz de componer una canción en dos años y dejar de cantar porque me aburría a mí mismo fue bastante duro. Mira que lo intenté, pero no había manera. Ahora soy capaz de componer tres canciones en una semana y escribir dos folios por las dos caras con ideas de letras de un tirón, para que veas como son las cosas.
La canción que fue determinante para la vuelta fue ‘Kilómetro cero’, ahí sentí que se podía gestar algo nuevo y, en parte, distinto. Después, tuve otro pequeño bajón con canciones que se han quedado fuera y a partir de ahí fue cuando, de repente, se colocó todo en su sitio y empezaron a salir todas las canciones con una facilidad que, después de lo que había pasado a nivel creativo, fue sorprendente y como volver de nuevo a los orígenes.
El álbum está, en su totalidad, grabado y tocado por ti en tu propio estudio (Retrológico Estudios). Me consta que sigues añadiendo nuevos instrumentos y equipo. ¿Fue un proyecto que te mantuvo ilusionado con la música y distraído de ciertos problemas personales?
Sí. Lo bueno de la música es que te ahorras en psicólogos y terapias. Me ha ayudado a sobreponerme de unos años un poco extraños en los que por otras razones, mi autoestima se fue de vacaciones. Al fin y al cabo, la música y especialmente la creatividad, es un bote salvavidas que siempre está ahí.
Eso no significa que te saque de todas, ya que también existe lo que yo llamo ‘depresión post-disco’, que sumado a otras historias, hicieron que después de la grabación me tirara tres meses sin pegar ojo y con la mente convertida en una jungla. Cosas que pasan y que al final ha desembocado en mi mejor momento en años a todos los niveles.
¿Tienes algún instrumento o de herramienta que sea tu fetiche o que contenga algún tipo de significado especial para ti?
Tengo muchos, y como casi todo lo que compro es equipo antiguo de la década de los cuarenta hasta los setenta, siempre son objetos bastante especiales con su propia historia, algo que para un freak como yo, en ese sentido, tiene un punto romántico.
El instrumento al que más cariño tengo es un piano americano Wurlitzer del año 60, que estaba en la base de Torrejón para que aprendieran a estudiar los hijos de los militares. Recuerdo la odisea para subirlo a mi casa, con una grúa hasta el segundo piso y luego cinco personas sudando la gota gorda hasta que conseguimos subirlo a mi casa, que está en el tercero. Estaba un poco delicado, pero después de meses de trabajo ya lo tengo a pleno rendimiento; es un instrumento muy especial.
Entre otras cacharradas, también destaco un bajo Hofner Violin de los sesenta que, según me comentaron, perteneció al bajista de Ramoncín y un micrófono Neumann u87 del 76 que fue parte del equipo de la BBC y con el en su día grabaron The Who y Jools Holland.
¿Qué hacías mientras componías, grababas, tocabas…? ¿Cambiaste tus hábitos de vida para hacer borrón y cuenta nueva?
Después de siete años viajando bastante por distintos motivos, el mayor cambio fue refugiarme en casa y salir muy poco para centrarme en el disco. Componer, producir, grabar y mezclar yo solo requería un esfuerzo extra y era la única forma de llevar a cabo este proyecto como lo tenía en mente.
Aparte de eso, sí que recuerdo que durante las vacaciones -que es cuando más aproveché para grabar- mi rutina era salir a dar un paseo, tomar un café y encerrarme el resto del día. También volví a fumar. Este verano pienso grabar un disco de instrumentales y el próximo reto sería dejarlo y desconectar internet –exceptuando el correo electrónico-, a ver si lo consigo.
¿Cuánto tiempo real pasó hasta que volviste a tocar en directo? No os fue tan mal a Los Pedales en directo (el concierto en El Sol es una muestra), pero supongo que hacerlo tú, por tu cuenta y riesgo, en solitario, sería distinto y con una carga de inseguridad.
Cuando presenté para medios en el María Pandora de Madrid pasaron casi cuatro años, y después de hacer con Los Pedales doce o quince conciertos algunos meses –si no recuerdo mal- es muchísimo tiempo para lo que estaba acostumbrado.
Fue distinto, ya que era la primera vez que me subía a un escenario yo solo a defender mis canciones, pero muy gratificante y de los mejores que recuerdo. La verdad es que, aunque ahora no toque mucho, encima del escenario me siento muy cómodo y nunca me entran nervios ni inseguridad. Aunque de momento he decidido que mis apariciones en directo sean muy contadas y prefiero la calidad a la cantidad, el escenario también es mi hábitat natural.
Estar en un buen momento personal como en el que estoy ahora y con todo el aprendizaje después de ocho años grabando, girando y aprendiendo constantemente, es una garantía a la hora de afrontar un concierto. Creo que la gente que se acerque al próximo concierto va a notar un cambio cualitativo bastante importante.
¿Y cuánto tiempo mental pasó? Aunque te he preguntado por el tiempo real, me gustaría saber si el tiempo mental que pasó entre una época y otra fue igual.
Sí, el tiempo ha sido el mismo. Hay que tener en cuenta que, para mí, para sacar discos o tocar en directo, la norma número uno es estar bien, cómodo y motivado. Me pasa con eso y con todo lo que hago. Creo que para aportar o hacer bien a alguien es imprescindible estar bien, por esa razón he guardado silencio discográfico casi cuatro años. Haber sacado algo antes no hubiera tenido sentido porque, simplemente, no era el momento y consideraba que no iba a aportar nada que resultara interesante. Y si algo de lo que hago no lo considero interesante, de mi estudio no sale.
Hay letras como ‘Desierto’, ‘Domador’, ‘Falta de equilibrio’, ‘Impar’ o ‘Tomas falsas’ (no digamos ya ‘Libertad’) que hablan del cambio, de los nervios, de la inseguridad, etcétera. ¿Te costó defender tu propio material ante un supuesto público que, seguro, no iba a conocerte? «Predicaré en el desierto. No sé qué pinto yo aquí. Todos están en silencio… todos confían en mí», dice la letra de ‘Desierto’.
Esa frase en concreto habla del típico momento en el que las personas no nos entendemos o no llegamos a un punto de encuentro por mucho que lo intenten las dos partes. Lo que también se llama darse cabezazos contra la pared. Es algo que me llama la atención, porque meterse en un bucle de este tipo es algo que desgasta hasta la extenuación, te lo digo por experiencia.
Las canciones hablan de todo eso porque ha sido mi dinámica de estos años y al final la música es el filtro por el que destilo todas las ideas y vivencias. Lo que me resulta más mágico es defender con seguridad canciones que nacieron de la inseguridad, eso ha sido lo mejor de todo y espero que siga por mucho tiempo.
¿Y las instrumentales? Me refiero al sentimiento o significado que pueden tener (y deberían transmitir) al carecer de una letra. ¡Y no son pocas!: ‘Diecisiete’, ‘1985’, ‘Octubre’, ‘Escapar silbando’…
Estos años trabajando para publicidad me han acercado a la música instrumental –como compositor y como aficionado- y he aprendido que no es necesario cantar o contar una historia para transmitir. Mi relación con el piano a la hora de componer me ha dado la vida, ya que mi instrumento natural y el que llevo tocando más de veinte años es la guitarra, pero es muy curioso porque con la guitarra compongo de una forma y con el piano es como si fuera otra persona. Además, estoy muy cómodo creando armonías totalmente distintas y adentrándome en caminos que con la guitarra no tendría acceso.
Siempre he sido muy inquieto a la hora de buscar sonidos para mis canciones y cuando hay algo que tengo en mente no existe o no se puede hacer con un instrumento, me lo invento. En “Vacaciones en el campo de batalla” te puedes encontrar desde loops con lámparas antiguas hasta scratching con un magnetofón analógico. Cuando no canto, es un reto cubrir esos huecos con texturas diferentes y siempre me lleva a lugares que, aunque en un principio me generen duda, me terminan llevando a lugares diferentes y sorprendentes. Para mí, eso es crucial para seguir creciendo a nivel creativo.
También es muy divertido ponerlas nombre, porque puedes hacer lo que te de la gana. De hecho, ‘Diecisiete’, ‘Octubre’ y ‘1985’ es mi fecha de nacimiento.
También pienso en el significado de la parte gráfica del disco, o sea, de la portada (diseñada por Sergio Animatomic). Incluso me recuerda a la de “Circo luso” (El Niño Gusano). ¿Qué explicación tiene para ti el “envoltorio” de “Vacaciones en el campo de batalla”?
Con Sergio siempre es un placer trabajar, he tenido la suerte de colaborar en bastantes proyectos con él y es un lujo. Tiene muchísimo talento y es una maravilla ver su proceso creativo, es admirable. Al iniciar el nuevo proyecto, me apetecía mucho cambiar la estética y, sin duda, él era la mejor opción. Sus ilustraciones son una pasada y este disco está repleto.
Una de las claves es cuidar la edición física de los discos, para mí no tiene sentido sacar un disco y no editar una buena obra tangible.
Partimos de la portada, y de la ilustración principal del pez, que fue idea mía que él materializó. La verdad es que no tenía en mente la portada de “Circo luso”, fue pura casualidad y tampoco considero que se parezcan mucho, aunque sí que puede recordar.
En principio, las figuras iban a estar entre montañas, pero Sergio me sugirió hacerlo entre nubes. Fue un acierto total. Quería un punto de psicodélia y hacer varios guiños a las historias de las canciones.
En un resumen más escueto: la portada representa las vacaciones y la contraportada el campo de batalla. Quería reflejar el típico momento en el que nos obligamos personalmente a ver que estamos en un buen momento cuando en realidad estamos cayendo en el autoengaño. Creo que a todos nos ha pasado alguna vez pasar por ese tipo de fases innecesarias. En gran pare, es la temática general de mi primer álbum.
¿Por qué decide uno dedicarse a esto y no a estudiar una oposición (con todos los respetos)?
La razón es muy sencilla: es lo que me hace feliz y confío mucho en lo que hago. A mí nunca me ha llamado la atención un tipo de vida más estable o mejor vista, no me sacaría de nada tener un gran puesto de trabajo si no puedo componer, al final son formas de ser. Con mi rutina en el trabajo y mis ratos en el estudio, me sobra.
Entre mis aspiraciones nunca han estado tener un trabajo con un sueldazo ni tener una rutina parecida a lo que proyectan los anuncios que reflejan una vida de familia perfecta con una casa enorme y tres niños rubios vestidos de blanco desayunando en una cocina enorme. Es la típica mentira que hace que la gente que se cree ese tipo de historias no sea feliz en su vida.
Yo me puedo tirar tranquilamente doce horas trabajando en el estudio y aprendo rápidamente lo que me interesa, pero no tengo la capacidad de ponerme a estudiar ni concentrarme en algo que no me gusta. No sé el día de mañana, pero creo que ya no tengo arreglo y mi vida es esta. La clave para seguir, es valorar lo que tienes y lo que has conseguido, y sobre todo luchar por lo que te hace ilusión y quieres conseguir. Si no, tendríamos el típico ejemplo de muerto en vida.