Florence + The Machine es amor, es arte, es música y es muchas cosas más. Lo ha demostrado en Barcelona con todo un recital digno de las más grandes

Lo advertimos en nuestro post previo al concierto y no nos equivocamos. Esta era una de las citas ineludibles de nuestro país y no decepcionó. Bien es cierto que dudábamos un poco de la afluencia de público en un escenario tan grande como el Palau Sant Jordi y, más en nuestro país, pero la respuesta fue masiva y no ya por la asistencia, sino por el ambiente previo al concierto, donde ya se respiraba un algo especial desde el principio.

Sin muchas florituras y con un escenario sobrio, únicamente presentado delante de un panel de placas plateadas que llenaban de magia la ocasión, Florence Welch y su banda realizaron una representación repleta de teatralidad. Una puesta en escena compuesta por todo tipo de instrumentos, como un piano, un arpa, guitarras, batería, tambores, trompetas y dos coros que sonaron realmente bien en un Sant Jordi totalmente lleno. También jugó un papel importante la iluminación: sus juegos de luces idealizaron el entorno, crearon multitud de siluetas y luces opacas que se veían desde todos los lados del escenario.

Se podría considerar que la actuación fue mucho más que música: queremos asemejarla a una representación de arte, o más bien, a un canto al amor y a la vida. Una conjunción de elementos naturales que fluyeron desde el momento en que empezó a sonar la música. Porque Florence no es sólo voz: ella es pasión y lo demuestra en cada canción, en cada movimiento al más puro pase de contemporáneo o gesto teatral, y en cada carrera sobre el escenario que realizó de lado a lado sin descanso. También lo demuestran su vestimenta y sus pies descalzos. Sus vibraciones se mezclan con las del público consiguiendo una atmósfera que va más allá de la música, porque hay momentos que incluso la música pasa a un segundo lugar. Es tan poca la diferencia entre lo que escuchamos en sus discos y sus directos que lo que marca la diferencia es tan sólo la puesta en escena. El clímax, al fin y al cabo.

flo2

El espectáculo empezó con 20 minutos de retraso, bastante después de la retirada del telonero Gabriel Bruce, que puso todo su empeño y ganas sobre el escenario y que sirvió de buen calentamiento. La pelirroja no empezó su recital desde el escenario, lo empezó desde el público, saludando y besando personalmente a todos aquellos que estaban en las primeras filas. Y ya desde un principio parecía que llevaba horas de actuación, unas tablas que demostró en todo momento. Todo el recital estuvo regado por sus temas más conocidos de sus tres álbumes, siendo las canciones más jaleadas sus últimos éxitos y, sorprendentemente, los más antiguos de su álbum “Lungs”. Uno de los temas más destacables de toda la noche fue “Rabbit Heart (Raise it Up)”, la tercera canción que sonó y una auténtica demostración de energía que culminó entre el público.

Queremos destacar varios temas que resultaron memorables porque, hasta que no ves un directo de estas dimensiones, no puedes llegarte a hacer la idea de la magnitud del asunto. Y fue muy grande. Y ya puedes visitar muchas de los crónicas donde se narran conciertos anteriores, y pensar que aquello se aproxima a lo que es ver a Florence + The Machine en el escenario, pero es difícil llegar a transmitir y acercarse a todo lo que se llega a vivir en directo. Recrea cada canción como si fuera única. Por ejemplo, la versión mágica (y alternativa) de “Cosmic Love” que hizo poner los pelos de punta a todo el mundo. “You‘ve Got The Love”, que hizo bailar y saltar sin parar. “Shake It Out”, que fue coreada más que cantada por la protagonista. Otro de los grandes momentos de la velada que fue “Dog Days Are Over”, donde la felicidad y la energía se transmitió desde el escenario hasta el público recíprocamente mediante mensajes de paz y amor. O “Drumming Song”, que remató una cita difícil de olvidar para todos los asistentes.

Y si hay que criticar algo quizás sería la duración del concierto, su tardanza en aparecer y su rápido cierre, que hicieron que todo el mundo se fuera con ganas de mucho más. Y también, a modo personal, echamos de menos la canción de “Never Let Me Go”, una de las baladas más conocidas de la inglesa y que es capaz de crear momentos mágicos. Nos hubiera gustado presenciarla en directo. O pensándolo bien… ¿No será que queríamos que aquello no acabase nunca?