El Gijón Sound Festival se consolida como una de las citas musicales del año con pros y contras; un motor revitalizante de la ciudad, sí, pero también una propuesta difusa en cuanto a programación

Algunas dificultades añadidas resumidas en dos aspectos: distancia y tiempo. La imposibilidad de compatibilizar los diferentes intereses dado que cada concierto se celebraba en una ubicación diferente fue un pequeño quebradero de cabeza, conocido de antemano, pero no por ello menos complicado, y no siempre se respetaron los horarios establecidos por motivos ajenos al público, así que para poder asistir al mayor número de citas posible hubo que pegarse alguna que otra carrera.
Con todo, el Gijón Sound Festival supo desplegar sus encantos y el público fue más que numeroso en algunos de los conciertos con llenos en algunas citas como Aute, cuyo nombre basta para que el Jovellanos se ponga en pie, o James Rhodes, uno de los artistas que más expectación generó con una cita única en España.
Tindersticks, la elegancia no tiene tiempo ni edad
Como cantaban allá por los ochenta, pero nunca más cierto aunque sin la sobredosis romántica de aquél. Hubo cierto retraso, pero el festival asturiano dio comienzo el viernes con brutal fuerza mediante una banda que no necesitaba presentación alguna y cumplió con creces las expectativas de los asistentes. Más de uno tendría su primer acercamiento a la banda de Nottingham a través de la archiconocida serie televisiva Los Soprano y después de lo visto no cabe duda de que su música con alma inspiró a más de un guionista a la hora de contar las experiencias del mafioso más famoso de la pequeña pantalla. Los toques de soul y de jazz se entremezclaron en la voz de Stuart A. Staples con perfecta simbiosis y los sonidos orquestales y diferentes percusiones no hicieron sino alimentar la esperanza de un momento único vivido sobre las tablas del Teatro Jovellanos, con la certeza de que el público tenía mucho que alabar por presenciar, masticar y vivir en definitiva la calidad de quienes tuvieron a bien presentarse en un “bonito edificio” y con una humildad sólo digna de los más grandes, cuando en realidad los que teníamos algo que agradecer éramos nosotros. Una apertura de festival sin tachas.
Flamin’ Groovies, una de las citas más esperadas
Con los ánimos aún exaltados por la demostración de virtuosismo y buen hacer del rock ecléctico de Tindersticks, llegó el turno de trasladar los pasos al Albéniz donde tenía lugar una de las citas más multitudinarias del certamen gijonés: la actuación de Flamin’ Groovies. En una sala abarrotada y con muchas ganas de directo, fue el momento fan lo que hizo que los ánimos no decayeran y el buenrollismo del ambiente pero no pocos salieron defraudados ante la banda estadounidense. Los años no pasan en balde, y el momento no fue una excepción, aunque la mecha de la ilusión de estar ante unos clásicos del rock pudo suavizar el efecto en muchos, quienes preferimos pensar que las leyendas vivas son un patrimonio de todos, y que de no haber asistido hubiéramos dejado pasar quizá una última oportunidad. En resumen: había que estar allí, aunque el directo no sea memorable los Flamin’ sí lo serán a través de sus discos.
Pauline en la Playa y L.A., juntos ante Dios
Con las pilas y las nubes cargadas, Gijón contó el sábado con una propuesta de lo más variopinta. James Rhodes llenó la iglesia de la Universidad Laboral en un concierto con un gran éxito de público y donde la lluvia se encargó, además, de aportar su granito de arena y añadir un encanto aún más especial a un escenario que de por sí lo tenía todo para guardar en las retinas y oídos de los asistentes un buen recuerdo. El formato era envidiable aunque los asistentes tuvieron problemas a la hora de escuchar con atención las palabras del artista entre canción y canción.
Por su lado, en la Colegiata de San Juan Bautista ocurría otro tanto con Pauline en la Playa, cuyo formato de cuarteto clásico fue un gran acierto a la hora de repasar algunos de sus temas si bien no despertaron la misma expectación que el pianista [recuerda aquí la entrevista que les hicimos]. Fue luego el turno de comprobar si lo de L.A. (la fuerza sobre un escenario, la voz enérgica) en el Low Cost años atrás había sido un espejismo o si realmente había pasado, y sí, pasó. En un formato mucho más íntimo y en ocasiones defendiendo algunos de sus temas apenas con la voz, Luis A. Segura [su entrevista, aquí] volvió a demostrar que el sabor americano goza de una vitalidad sin fisuras. Llegó y marchó sin estridencias, con la capucha puesta, después de haber brindado al respetable un compendio de canciones que ir digiriendo poco a poco hasta caer en la cuenta de que, verdaderamente, L.A. tiene la llave.
Belako o la explosión de sonido
Uno de los grupos de moda y un cierre bien elegido para un festival con toques tan dispares como Luis Eduardo Aute (otro éxito en cuanto a afluencia de público) o Berri Txarrak, cuyo directo en el Albéniz demostró la buena salud del grupo y la fidelidad de sus seguidores. Belako supo hacer lo que tiene que hacer: levantar los ánimos y poner a bailar a cada uno de los asistentes derrochando energía a cada tema.
Acierto pues en la elección de escenarios para desplegar los encantos de algunas actuaciones que ganaron puntos y posibilitaron que el público disfrutara de una sensación aún mejor con una música que se escuchó pero también se sintió y se vio; quizá la mayor pega fuera lo difícil de clasificar que supuso la experiencia dada la diferencia de registros de unos y otros artistas. Difícilmente el público de Aute y de Belako, por poner dos ejemplos, se fueran a dar la mano en esta cita. ¿Eclecticismo? ¿Disparidad forzada? Más allá del acierto o no de la programación, donde las opiniones pueden ser de lo más diverso, lo cierto es que faltó la sensación de asistir a un festival ya que no se apreció un sello común, sino más bien una sucesión de conciertos sin relación que inspirara a pronunciar: “Yo estuve allí”. Hubo buenas iniciativas, como la sesión vermú en el Ayuntamiento o la gran cantidad de actividades paralelas en múltiples bares que, con su colaboración, lograron darle una impronta diferente al fin de semana y un nexo de unión entre lo que ocurría en un punto y otro de la ciudad. Encontrar una personalidad que dar al festival quizá no sea fácil, pero habrá que hacerlo o no trascenderá, y en Gijón ganas no faltan de volver a sonar fuerte y claro.