Con motivo del 25 aniversario se reedita “No me iré mañana» en cuatro ediciones especiales : Super Deluxe, Deluxe, Vinilo y álbum digital
Texto: Carlos H. Vázquez
Tiene que ser especial eso de crear algo que antes no estaba: un libro, una película, una pintura, un poema, un edificio, un árbol, un hijo o una canción… Son elementos que, en parte, nacen de la espontaneidad y –quizá- de la suerte. Por eso hay artistas, en general, que hablan de sus obras como hijos que se van formando dentro del útero de una idea hasta que llegan al mundo, tal vez en plena noche (a eso de las tres…) y sin previo aviso. Han pasado veinticinco años desde que Antonio Vega publicara “No me iré mañana” (Pasión, 1991), su primer elepé en solitario después de la vida con Nacha Pop. En el emblemático Penta, Carlos Narea (productor), Manolo Rodríguez (guitarrista) y Alejandro Cabrera (fotógrafo) comparten barra.
Sin diferencia, la cualidad de inventar algo que está por existir y transmitirlo para hacerlo común es una vocación a la que hay que darle un interesante aprecio. ¿Por qué Antonio Vega, dos años y medio después de la no tan definitiva disolución de Nacha Pop (el último concierto de esa época se encuentra en el disco “80-88”), publicó un trabajo firmado con su propio nombre?
Ya tenía la semilla desde hacía tiempo, rondándole. La manera de componer de Nacho García-Vega y Antonio eran distintas y por algún lado tenía que salir aquella diferencia, como explicaba Carlos Narea, productor del álbum: «eran cosas que, probablemente, no encajaban en Nacha Pop o se salían, a lo mejor, de los márgenes que ellos sentían que era el grupo. “80-88” era un concierto de despedida, así que algo había pensado». Cabría preguntarse, sin embargo, si Antonio Vega quería demostrar algo con “No me iré mañana”. Narea no sabía si Antonio quería demostrar algo, «pero posiblemente, si quería, se lo tenía que demostrar a él mismo», añadía.
El verano de 1990 estaba dándole la bienvenida al otoño cuando Antonio Vega le mostraba el repertorio, en forma de bocetos, al guitarrista Manuel Rodríguez (antiguo miembro de Vivecersa, banda que acompañaba a Joaquín Sabina). Aquella reunión se grabó con un Walkman Sony en la buhardilla que Carlos Narea tenía en la calle Príncipe de Anglona, en la madrileña Plaza de la Paja. «De aquella cinta hice más copias para que los demás músicos tuvieran los temas. Seguro que la tengo dentro de alguna caja con más cassettes. ¡Hay cajas que llevan tres mudanzas sin abrirse!». La cinta que ha vuelto a ver la luz es la de Manolo Rodríguez (una cassette TDK con la etiqueta “TEMAS DE ANTONIO EN CASA DE NAREA”), la cual puede escucharse digitalizada en la edición 25 aniversario de “No me iré mañana” (Universal, 2016).
A lo lejos, por la ventana, se escuchaba el ruido de una sirena. Los minutos corrían entre las cinco y las seis de la tarde. «La primera vez que escuché las canciones –cuenta Manuel- fue en casa de Carlos. Antonio lo tenía claro con muchas de ellas. En algún momento de la conversación nos contó el tiempo que tenían las canciones: unas aparecieron durante la mitad de Nacha Pop y otras eran más recientes. Había tenido tiempo suficiente para hacer esas canciones, sus “mimadas”». Esa sesión le sirvió a Manolo Rodríguez y a los demás músicos para aprenderse las canciones que tiempo después debían grabar en los estudios Cinearte entre Noviembre de 1990 y Febrero de 1991.
«Ahora seguimos así», le explicaba Antonio Vega a un atento Manolo Rodríguez mientras le toca el solo de ‘Esperando nada’. Al terminar, ambos comentan las dudas que surgen:
Manolo: Muy guay. ¿Toda esa parte que me has dicho del solo es desde esos acordes que has metido, un La y un Mi menor?
Antonio: Sí.
M: ¿Toda esa parte y luego la que has añadido hasta que ha entrado la voz?
A: Sí. Exactamente. Todo eso seguido. Voy a buscar una frase ahí guapa, hacer algo argumental y tal, con su principio y tal… ¿sabes? Bueno…
M: Sí, sí, sí.
A: Con su frase y tal, los cambios de armonía… Una frase melódica o ya veríamos qué o lo que fuera. Con su inclusión, digamos, armónica y tal.
M: Perfecto.
«El tema es que él hace un cambio armónico en ese momento. Pensaba que ahí iba a estar el solo de guitarra pero de repente volvía como a la estrofa de la canción y se ponía a cantar un par de vueltas más adelante», recordaba el propio Manuel, quien admitía que trabajar con Antonio «no era ni fácil ni complicado. Fluía sin fricciones. Encajábamos muy bien los dos tocando». Otro ejemplo donde puede comprobarse ese trabajo conjunto es en el octavo corte, titulado ‘Guitarras’. «En el solo del final suenan unas guitarras dobladas. Creo que era una Jackson y la Les Paul de Antonio». Manuel hace memoria y trata de recuperar la canción de manera exacta para repasar una parte en concreto. No son pocas las guitarras que forman parte de la canción (en los créditos originales no figura el número de instrumentos aunque sí el nombre de cada músico) y tampoco son escasas las canciones que tocó con Antonio Vega.
«Todo es luchar y encontrar una forma muy propia de hacer, sonar, tocar… ¡Oigo guitarras, quiero guitarras, suenan guitarras, oigo guitarras, por todos lados…!», cantaba Antonio Vega en ‘Guitarras’, trasfondo y energía del disco. De hecho, la guitarra con la que Antonio Vega posa en la foto de la portada tiene historia. En realidad, era del fotógrafo Alejandro Cabrera, quien había adquirido el instrumento en Nueva York. «Un día allí estaba, la guitarra más bonita del mundo. Yo apenas sé tocar la guitarra pero me dio igual, entré y me la compré, así, del tirón», explica Cabrera en el libro que acompaña a la edición del vigésimo quinto aniversario.
Antonio Vega estaba a punto de publicar su primer disco en solitario y querían darle una imagen que tuviera un «espíritu de guitarra». La Gibson 335 de Alejandro Cabrera estaba en su estudio (por entonces, en el número 88 de la calle Jorge Juan, a la altura del edificio de El Corte Inglés de Goya). «La idea que hablé con Antonio era la de hacer un retrato e incluir lo de las guitarras. Eran retratos muy cerrados. Tenía ganas de hacerle un buen retrato», explicaba Alejandro, también autor de las imágenes de la carpeta y funda (en caso del vinilo) y del ya citado libreto. «Le dije que tocara en las fotos porque quería autenticidad. Estaba haciendo arpegios. ¡Quería que estuviera tocando de verdad!», exclamaba. Lo que tocara en ese rato, por cierto, se quedó fuera del alcance de toda grabadora. Otra sesión se realizó en el planetario del parque Tierno Galván, aunque no tuvieron tanto protagonismo en la publicación original de 1991.
Más o menos quince años después, en la última gira de Nacha Pop (recogida en “Tour 80-08 Reiniciando”), Antonio preguntó a Alejandro por aquella guitarra: «cuando hicimos las fotos de la última gira de Nacha Pop, Antonio me preguntó por ella». La quería suya, tenerla más tiempo, así que se la compró. Al fin y al cabo, era la guitarra que lo había acompañado en la carátula de su debut en solitario. Sin embargo, cuando Antonio falleció en 2009, la Gibson 335 pasó a manos de su hermano mayor, Carlos Vega, quien la conserva a día de hoy en recuerdo de alguien que un día escribió la siguiente frase: «al final, las palabras dejan sitio a los silencios y todo cobra sentido».