Reikiavik presentaron en la sala Boite Live su recién estrenado Daño Universal

Corría el año 1994 cuando el batería Boris Williams dejaba  The Cure, al bueno de Robert Smith le importó bien poco este hecho ya que estaba de subidón tras haberle ganado una demanda a Lol Tolhurst (anterior batería) por unos derechos de autor y por la intención de compartir el nombre de la banda, «¿estamos locos?» pensó Robert. Pero ese  mismo año hubo otro acontecimiento que sin duda marcó una época; el debut de Raúl Gonzalez Blanco «el eterno capitán». Su primer partido con el primer equipo del Real Madrid fue en el mes de Octubre pero no sería hasta un derbi contra el Atlético de Madrid cuando marcaría su primer gol, un día del mes de Noviembre, un día como el de ayer en el que debutaron en primera división Reikiavik.

La arena de la Boite Live vestía sus mejores galas para recibir a la banda. Sobre el panel de leds que preside el escenario se escribía el nombre de la capital islandesa y solo faltaban los protagonistas para dar rienda suelta a las emociones de aquellos que tienen el poder de infundir la magia sobre las masas, de sacar a flote los sentimientos y hacer olvidar cualquier sensación de desánimo.

El concierto fue un absoluto repaso de su recién estrenado primer Lp «Daño Universal«, con momentos para la psicoledia de guitarras, agradecimientos por la ayuda en el recorrido hasta ese momento y bailes contorsionados de su cantante Javi.

Marcaron el encuentro el apoteósico final de «Alrededor de la tierra«, la juguetona «Tu dictador y yo el revolver» y, para mí, una de las mejores canciones de la banda: «Salto Mortal» incluida en su anterior EP «Instantes» donde es imposible no ponerse a mover las caderas con la línea que se marca… al bajo, todo un acierto para finalizar una noche de fiesta.

Reikiavik en directo son potentes, incisivos y preciosos, tienen un gran balance en todas sus líneas, se compenetran de manera grácil y saben aguantar la presión. Estamos seguros que van a dar guerra en esta liga y todo lo decimos con conocimiento de causa a sabiendas de que quién encabeza sus hordas tiene como ejemplo al «eterno capitán».