Texto: Carlos H. Vázquez.

La vida mata. No el Rock and Roll, ni el abuso de las drogas o el alcohol. La vida. Desaparecen los héroes y no hay atisbo de relevo. De acuerdo en que no hay que ser catastrofista, pero la marcha de Lou Reed del mundo terrenal es una pérdida irreparable y, lo que es mucho peor, irrecuperable.

Escribir un obituario no es fácil y más si a uno le ronda por la cabeza la idea del homenaje en vida, ese evento que rara vez se le hacen a los merecedores de tal reconocimiento. En fin. Lou Reed vivió el Rock and Roll en todos sus ámbitos y su piel lo reflejó así hasta el final des su días. Había cumplido 71 años y Lewis, como realmente se llamaba, dijo adiós un domingo 27 de Octubre de 2013 en el que la noche caía antes sobre el día. Parecía que estaba todo preparado para ser cubierto con el manto de la nocturnidad. Lo que venía siendo, amigos, un día “perfecto”. “But there are not stars in the New York sky. They’re all on the ground”, decía la canción ‘Open house’, fecundada entre Lou Reed y John Cale en aquél “Songs for Drella” de 1990. Y será verdad que ya no hay estrellas en el cielo de Nueva York, e incluso tampoco las habrá sobre Berlin, (“Berlin” es el tercer LP en solitario de Reed. El disco acaba de cumplir 40 años).

Las ciudades más urbanitas cubiertas de orín y sangre ya no serán reductos de vicios y de heroína. ¡Ya no caminaremos por el lado más salvaje de la vida!

En una entrevista en Noviembre del 2010 con El País, Lou Reed se preguntó cómo demonios podía seguir vivo. Y aunque ese encuentro trataba sobre literatura, la cuestión que el propio autor se hacía a sí mismo era algo que más de uno también se preguntaría a lo largo de su existencia.

No quería saber nada de The Velvet Underground. Ponía malas caras que atestiguaban una actitud a veces desagradable para todo aquél que quería interferir en su reloj. Otros no se lo perdonarían, pero es llegados a este punto cuando la redención de los verdugos agradecen que Lou Reed entregara obras tan completas como “Transformer” (1972), “Berlin” (1973), “Rock ‘n’ Roll animal” (1974), “Coney Island baby” (1976), “The blue mask” (1982) o “New York” (1989). También ejerció de accidentado visionario cuando vapuleó a la crítica y a los seguidores con “Metal machine music” (1975). O como el día en el que se le ocurrió la “feliz” idea de formar, en comandita con Metallica, “Lulu” (2011). Al fin y al cabo eran ideas de búsqueda y conceptos de auténtica espeleología musical que abrieron caminos hoy abiertos a todo ser humano que haya decidido aventurarse en ellos.

Habrá muerto Lou Reed, y tal vez alguna que otra futura canción (aunque algo póstumo se conocerá en breves), pero no su legado ni su obra, esa que recorrió las alcantarillas de Nueva York hasta desembocar en las aguas del río Hudson.

Mañana serán otros los que quieran ocupar su lugar. Los coches y reproductores tendrán ‘Sweet Jane’ o ‘I’m waiting for the man’. Sus discos se revalorizarán en el mercado de segunda mano y aparecerán reediciones y cajas de lujo que recojan toda su obra o las rarezas más profundas. Pero aún así, y con todo, ya nada será igual sin Lou Reed. Goodnight, ladies!!