El periodista musical se está convirtiendo en siervo de la industria

Observo con perplejidad y desaliento cómo, cada vez más, el periodista que difunde su trabajo a través de las redes sociales ve condicionado el mismo por el miedo irracional al “veto velado”. La crítica en este país es un sello que podríamos aunar a la famosa “marca España” y embarcar en un paquetito hacia horizontes lejanos… pero ya cuando entramos en el ámbito musical, las apreciaciones contrarias, siempre con ánimo constructivo, al trabajo que pueda realizar un grupo o una sala de conciertos, no son bien recibidas por el destinatario del comentario. Como acabo de decir, estoy hablando siempre desde puntualizaciones hechas con razonamiento justificado y nunca con el puñal descarnado clavándose con desenfreno en la espalda del susodicho.

Uno sabe perfectamente que cuando realiza la crónica de un concierto o la reseña de un disco, en el momento que se aleje de cualquier tipo de halago y se enfangue en apreciaciones a mejorar por el grupo, ese texto quedará maldito y será como si nunca hubiese existido. El grupo, el sello, el manager, la sala y cualquier persona que tenga algo que ver con el trabajo realizado lo obviará e intentará olvidarlo lo antes posible. Está claro que siempre hay excepciones pero tristemente tengo que decir que esto de que el grupo se tome de manera caballerosa la crítica y sea un acicate para mejorar solo me ha ocurrido una vez y fue con The Noises.

¿Qué estamos generando?, ¿qué es lo que ofrecemos al lector?. Sinceramente creo que malcriamos a los músicos, entrando en esta dinámica no gana nadie y engañamos, o mejor dicho, no contamos toda la verdad a nuestros lectores. Leer las crónicas el día después de un concierto es como ver pasar los postes de teléfono desde la ventanilla de un tren: algo repetitivo. De esta manera se pierde toda credibilidad para convertimos en meros siervos a merced de “la industria”. A nadie le gusta recibir un comentario negativo acerca de su trabajo pero en todos los aspectos de nuestra vida siempre nos fijamos y comentamos matices que podrían o se deberían mejorar, ¿acaso no lo hacen los músicos si van a un restaurante y la comida no es de su agrado?, por poner un ejemplo que podríamos extender en cualquier ámbito de nuestras vidas.

Creo que el mismo respeto que se le debe otorgar al trabajo de un músico se le debe dar a un periodista que escucha detenidamente ese disco para más tarde sentarse delante de un folio en blanco e intentar describir y valorarlo, independientemente de si el balance es negativo o positivo.

El periodista se debe a la realidad y no puede obviar detalles por miedo a que la banda no le vuelva a acreditar a un concierto, no le conceda más entrevistas o no “mueva” su artículo por sus redes sociales. ¿Alguien se imagina a un periodista deportivo haciendo una crónica de un partido en el que un equipo ha jugado estrepitosamente mal y no lo cuente?, ¿qué pensaría el aficionado que lo ha visto?. No estamos aquí para esto, creo que se está perdiendo el espíritu crítico con carácter constructivo por un lado y radicalizando la crítica voraz por otro.

A El Perfil de la Tostada nos han “amenazado” con no acreditarnos nunca más en la sala Penélope por comentar que el sonido de un concierto fue de mala calidad.  Hemos realizado varias crónicas de infinidad de grupos (la lista sería inmensa y sería feo nombrar a unos y no a otros porque no recuerdo todos) que han sido alabadas y difundidas hasta que un día hacemos una apreciación sobre algo que no nos ha gustado y de repente parece como si nunca hubiésemos existido. Compañeros vetados, ignorados, incluso amenazados, es una tónica habitual en el mundo de la música cuando se critica un trabajo.

Aprendamos todos un poco y por favor, seamos sinceros porque como decía Albert Einstein «Si tu intención es describir la verdad, hazlo con sencillez y la elegancia déjasela al sastre».