Atención: si sufres de melancolía aguda no sigas leyendo. McEnroe puede empeorar tu estado y dar alas a tu corazón.

El concierto no se presentaba como el mejor plan de viernes para una servidora lastrada por un proceso catarral en curso, pero el empeño manda y cumplimos con la cita. Explicar a alguien que no conozca a McEnroe puede convertirse en encaje de bolillos si bien anoche un espectador, con la sabiduría popular que da el lenguaje llano y un botellín de cerveza en la mano, dio en el clavo: «Son canciones dramáticas de cortarse las venas, pero a mí me gustan».

Pues ahí estábamos. Prometía ser un recital tranquilo (¿demasiado?), nostálgico y quizá más apropiado para una sala de butacas por aquello de no aguantar del tirón el asalto de canciones intimistas que nos tenían preparadas. Primer error. Ricardo Lezón y Eduardo Guzmán no dieron tregua. Desde luego no era un concierto de rock, pero tampoco podría explicarse que nadie echara una cabezadita ante tal intensidad sensorial que calaba hasta los huesos.

Para empezar eligieron sabiamente ‘Ahora‘ (‘Mundo marino’, 2008). La invitación a la melancolía estaba servida. De segundo plato, ‘La cara noroeste‘, donde la voz de Ricardo arrancó plana y fue cogiendo brío para terminar esta canción ‘in crescendo’ con versos tan certeros como «extraña forma de vivir estar siempre pensando en ti».

McEnroe no dio un respiro. ‘Tormentas‘ era el siguiente plato de la carta servido frío, sin artificios, antes de que Ricardo tomara asiento para un momento aún más íntimo con ‘Arquitecto‘, de su último trabajo ‘Las orillas’ (2012): «Elegí el camino más corto y ahora estamos mucho más lejos», reza la canción. La encadenaron con otra del mismo disco, ‘Mundaka‘.

Tras este momento el vocalista de McEnroe aprovechó para dirigirse al público y reconocer: «Somos un poco sosos en el escenario y a veces contagiamos al público». Sin embargo, la percepción desde abajo era que el grueso de los allí presentes estaban hipnotizados por la música de los de Getxo, que prosiguieron con su particular melodía de Hamelin con ‘Tú nunca morirás‘ (del disco homónimo de 2009).

La voz volvió a cobrar protagonismo en ‘La Palma‘, para arrancar con fuerza percusión y cuerda al final del tema; un efecto que hace brotar la intensidad con sencillez pero también con pureza. Marca de la casa de McEnroe. Lo natural se hace grande.

Islandia‘ coronó el clímax del concierto seguida de otra esperada, ‘Los valientes‘. Desgarradoras canciones de amor, unas en la placidez del sentimiento, otras arraigadas en el miedo a perderlo todo, y un buen puñado cantando a la certeza del desencanto y el final. Quizá sea el secreto del éxito de estos chicos: rascar en lo profundo y soplar la herida abierta, cantar como modo de echar los demonios fuera.

Siguieron en la misma línea ‘¿Por qué combatimos?’, la reciente ‘Las mareas‘ o la desgarradora ‘El alce‘. Tras la dureza de esta última, un doloroso reproche de un corazón roto, McEnroe giró y emprendió ritmo con ‘Mi Vietnam‘ y ‘La noche de San Juan‘. Puro sentimiento.

Eran ya las 00:16 horas y McEnroe hizo ademán de marchar. Pero decidieron antes regalar a los allí presentes ‘En mayo‘; con percance incluido que obligó a parar la música y empezar de nuevo. A nadie pareció importarle. Lo que allí se construyó anoche no se derrumbará tan fácilmente. Larga vida a McEnroe y su sensibilidad a flor de piel.