Las ideas preconcebidas no valen para conciertos como éste. Lorena Álvarez es un torbellino de energía positiva sobre el escenario. Se gana a su público con un puñado de buenas canciones, hiperbreves, pero con mucha carga emotiva. Y derrocha salero y felicidad hasta hacerse con aquellos que acuden a verla y que, casi sin darse cuenta, terminan jugando con ella que, como buena flautista (aunque en su caso sea a base de cuerda y pandereta) conduce a esa masa de confiados justo hasta donde ella quiere.
Porque Lorena se sube al escenario y no quiere a un auditorio. Ella vive la actuación como una fusión de partes y provoca esa reciprocidad a base de bromas, incitación al baile y exhortaciones. ¿Que para mover a la gente tiene que tirar por Manolo Escobar? Va y se arranca con ‘Me voy a escapar contigo’. ¿Que las notas trastabillan? Para la música, lanza una carcajada y arranca de nuevo. Así de auténtica, así de natural.
Sus canciones despiertan ternura pero también llevan imbricadas un arraigo popular con raíces en la jota o el pasodoble y un halo de madurez, como cuando canta aquello de “al poco de conocerte ya me había olvidado de ti”. Acompañada por su banda municipal, sin más armas que una guitarra, un tambor, un bombo, una flauta de émbolo y una turuta, la música desemboca en una fiesta que, sin embargo, no está exenta de referencias íntimas, entretejiendo fábulas, sonidos rurales y originalidad en un cóctel sorprendente.
Es la sonrisa permanente. Es un soplo refrescante en una realidad apagada. Si pasa por su ciudad, no deje de verla y conocer de primera mano su disco ‘Anónimo’. Y luego me cuenta.
Foto: Julia Vicente