Siempre he pensado que el término “músico” se emplea con demasiada ligereza en estos días, pero en el caso de Diego Galáz y Jorge Arribas, los componentes de “Fetén Fetén”, les hace justicia.

En su concierto en el Berlín Café nos regalaron un viaje en el espacio y el tiempo a través de canciones que se transformaron en maravillosas postales sonoras, con estilos y sabores distintos, pero una esencia común: la magia.

Durante casi dos horas nos hicieron viajar por el París de los primeros años del S.XX con piezas como “Valsito”, con una mezcla de “Belle Epoque” y aromas porteños; al sol de la Toscana a ritmo de celebración y tarantella: “Vente que hacemos merienda cena”; disfrutar de un atardecer portugués en brazos de un fado en “Melançía”; ver amanecer al sol de Oriente con una pequeña joya, “Adiós Pichón”, para volver a casa justo para el almuerzo a orillas del Cantábrico, acompañados del mar y las gaviotas gracias a “Vals para Amelia” (dedicada a sus madres), despidiendo el día con un “Bolero para una tarde de Septiembre”, dulce, suave y con un punto melancólico, y un paseo por el folk ibérico con la preciosa “Fandangos de Atapuerca”.

Demostraron su lado más sentimental (que Diego Galáz atribuyó en exclusiva a Jorge Arribas por su condición de enamorado, estado que no comparten actualmente muy a pesar de Diego, que se quejó de ello en varias ocasiones con ironía), con dos temas de Jorge, “En un lugar de la Mancha”, rebosante de optimismo y vitalidad, ese “estoy más vivo de lo que estoy”, esa sonrisa imborrable que le acompañó todo el concierto, que solamente confiere el amor, y “La chambre rouge”, más reposada, romántica y ensoñadora, rememorando una habitación de Bruselas.

Generosos como son, no dudaron en compartir con el público un regalo de Nacho Mastretta, la pieza que les da nombre, “Fetén Fetén”, que según contaron no siempre les sale como les gustaría, aunque en este caso creo que la bordaron.

También descubrimos su faceta de «disfrutadores», homenajeando a uno de los mayores placeres de la vida, el buen comer, con “Jota del Wasabi” y “Swing a la pepitoria”. Sin duda música y comida se paladean con más intensidad si van unidos.

Por supuesto, no faltó el tiempo de fiesta, de celebración vital, música para bailar con ritmos tan distintos pero igualmente envolventes y motivadores, como son el Foxtrot y la Bossa, haciendo que todo el público se levantara, bailara y cantara con ellos como gran final de fiesta.

Pienso que la música es diversidad, un enorme Océano salpicado de millones de islas, diferentes en tamaño y forma, pero todas ellas dignas de ser visitadas. La isla Fetén Fetén debe ser un puerto de obligado desembarco para cualquier viajero musical, al menos una vez en la vida.

Crónica – Óscar Vélez (@oscarvmonolgos)
Fotos – Alberto Vélez(@AlbertoVelez339)

para El perfil de la tostada